viernes, 25 de junio de 2010

ANTROPOLOGIA TEOLOGICA FLICK, Mauricio y ALSZEGHY, Zoltan Edic. Sígueme, Salamanca, 1977, trad. del ital. por Alfonso Ortiz, 1970 (621 págs.)

FICHA 1
“ 3 La consideración teológica del hombre se extiende en cierto modo por toda la teología, constituyendo una de sus dimensiones trascendentales. Es verdad que la teología tiene como objeto central a Dios en su vida íntima. Pero esa vida íntima ha sido revelada en cuanto que se comunica al hombre. Por tanto, la teología habla también siempre del hombre, incluso cuando afirma directamente alguna verdad sobre Dios, y no puede hablar del hombre sin referirse a Dios, o sea, sin considerar al hombre como un sujeto destinado a participar de la vida divina. En este sentido, se puede decir que la teología cristiana es siempre antropocéntrica. Por consiguiente, el nuevo tratado sobre el hombre no se refiere a una parte de la revelación sino que describe un aspecto de toda la revelación.” (p. 18-19)


FICHA 2
“ 6 En primer lugar, el hombre es considerado como inmerso en la historia. En efecto, la salvación es ofrecida por Dios, bien sea a toda la Humanidad, o bien a cada uno de los individuos, de un modo “histórico”, esto es, a través de una serie de acontecimientos que van provocando sucesivamente las diversas actitudes del hombre. El concilio describe al hombre no sólo en abstracto, en un orden ideal, sino en concreto, en sus diversas etapas sucesivas, o sea, en cuanto que ha sido creado por Dios a su imagen, en cuanto que fue constituido en un estado original de perfección, en cuanto que cayó de ese estado a causa de sus pecados, en cuanto que fue restaurado en Cristo mediante una nueva creación según la imagen de Dios, y en cuanto que está orientado hacia su plena perfección, a la que ha de llegar, después de crecer en la novedad que se le ha dado, en la etapa escatológica. De esta forma, la antropología teológica participa de la orientación actual de todas las antropologías, reflexionando sobre su propio objeto bajo el aspecto del devenir. Pero añade a lo que las demás antropologías saben sobre el devenir humano (fisiológico, cultural, etc.), el sentido último de ese devenir: la salvación. Semejante planteamiento histórico busca sobre todo la inteligencia de lo que ha acaecido y de lo que sigue acaeciendo todavía; por eso, la historia de la salvación no se considera en teología como una serie de acontecimientos que describir sino como una categoría empleada en la interpretación del fenómeno humano.” (p. 20-21)


FICHA 3
“La historia de la humanidad es historia de la salvación en cuanto que cada uno de los hombres, bajo el influjo de Cristo están llamados a la unión con Cristo crucificado y glorificado, esto es, a la participación del misterio pascual. El cristocentrismo de la antropología se manifiesta ya en la creación del hombre, pero aparece especialmente en la nueva creación del hombre: tanto la una como la otra tiene lugar por Cristo, en Cristo y hacia Cristo. Estas fórmulas paulinas han sido interpretadas, desde la época patrística, con ayuda de las diversas categorías de la causalidad. El fenómeno humano recibe de esa manera su inteligibilidad plena a la luz del verbo que lo produce, del verbo en cuya perfección participa, del verbo hacia cuya unión va caminando. Por consiguiente, es imposible construir una antropología completa sin tener en cuenta la dimensión cristológica del hombre; precisamente en el misterio de Cristo es donde encontramos reunidas las dos características de la teología que, según una frase muchas veces repetida, no es solamente una doctrina sobre Dios para el hombre, sino sobre todo una doctrina sobre el hombre a la luz de Dios.” (p. 21)


FICHA 4
“ 10 Sería totalmente equivocado pensar que esta orientación personalista que se le da a la teología podría mermar la importancia de la dimensión social del hombre. En verdad que el punto de vista personalista insiste sobre todo en el diálogo existencial entre el Padre y la persona humana en Cristo Jesús; pero este diálogo es posible únicamente dentro del ambiente que Dios preparó para la salvación humana. Ahora bien, “Dios creó al hombre no para vivir aisladamente sino para formar sociedad. De la misma manera, Dios ha querido santificar y salvar a los hombres no aisladamente, sin conexión de unos con otros, sino constituyendo un pueblo que lo confesara en verdad y le sirviera santamente (LG 9). Por consiguiente, la antropología teológica tiene que considerar la índole comunitaria de la imagen de Dios, que es el fundamento no sólo del dogma del pecado original sino también de la dimensión eclesial de la vida de la gracia.” (p. 23)


FICHA 5
“ 462 El hombre es invitado por Dios para que reconozca a Dios como “su Dios”, no sólo con el entendimiento sino con el afecto, más aún, con toda la orientación de su vida. El único diálogo posible entre Dios y el hombre es aquel en que el hombre se va confiando progresivamente al amor de Dios y con fe viva lo acepta como su único y verdadero salvador. Esto solamente puede realizarse cuando el hombre percibe los signos auténticos, por los que Dios se le manifiesta no solamente como sumo bien, sino como aquel que se preocupa de su preocupación. Estos signos no pueden descifrarse en este mundo sin la luz externa de la revelación y sin la luz interna de la fe, sin el “auxilio interior del Espíritu Santo, que mueve el corazón, lo dirige a Dios, abre los ojos del espíritu y concede a todos gusto en aceptar y creer la verdad” (DV 5). En este mundo, marcado por el signo del dolor, el hombre que no está incorporado a Cristo, abandonado a sus propias fuerzas, puede descubrir al hacedor omnipotente y al severo juez, pero no al Dios amigo y salvador. Aunque la razón por sí sola descubra a veces a Dios como “principio y fin” del hombre, sin embargo el hombre no regenerado en Cristo no puede comprender:
a) que el “principio” supremo de todas las cosas no tiene solamente para él una universal benevolencia metafísica de “bien que se difunde a sí mismo”, sino que lo ama con un amor personal;
b) que este “fin” no le exige solamente un servicio objetivo sino una entrega personal que se realiza en la amistad.
Por consiguiente, el hombre en estado de pecado original sigue siendo libre, aunque incapaz de optar por Dios como amigo y salvador suyo, ya que le faltan las condiciones para el diálogo, mientras Dios no se le manifieste como salvador dándole la revelación y la gracia. Sin embargo, la alienación no depende exclusivamente de la situación externa en la que el hombre llega a encontrarse sino que supone en el mismo hombre un defecto interno, ya que si tuviese una sensibilidad intelectual y afectiva adecuada a esta tarea podría reconocer al Dios-salvador aun en las manifestaciones imperfectas de la creación. La inadaptación del hombre consiste precisamente en la privación de esa gracia, que eleva el entendimiento y la efectividad del hombre para conocer y amar a Dios como a su “propio Dios y salvador”.


FICHA 6
“Por esta misma razón, el hombre en estado de pecado original está proyectado hacia Cristo solamente en virtud de una ordenación óntica: la verdad es que entonces, infaliblemente, se encaminará a otros fines (hacia su bienestar individual o colectivo, terreno o temporal), o rechazará todo fin, aceptando echar a perder su propia vida: de esta forma “pervertirá” su vida, desviándola del curso de la historia de la salvación. Más aún, impedirá que por Cristo se realice totalmente la idea del Creador sobre él. Rehusará de este modo la unificación de sus diversas inclinaciones, hábitos y acciones en el amor de Dios sobre todas las cosas, rechazará la que debería ser la forma de toda su vida personal y renunciará a la construcción de su propia personalidad moral y a la del mundo. La alienación dialogal con Dios hace que, cuando no se vive en comunión con el creador, el prójimo se convierte en parte del yo egoísta o bien se reduce a ser un medio o un obstáculo para el propio bienestar individual. De este modo el hombre, aunque viva en sociedad, está excluido de toda verdadera comunión universal.” (p. 315)


FICHA 7
“Se puede distinguir cinco aspectos de la unión con Cristo:
1. Cristo ha asumido la naturaleza humana, que es la misma en todos los individuos; esta unión deriva de la encarnación y es llamada por muchos unión física.
2. Por el mero hecho de participar Cristo de la naturaleza humana, es cabeza de todos los hombres, y por eso su obediencia pertenece en cierto modo a cada uno de los hombres, lo mismo que la desobediencia de Adán ha hecho a todos los hombres necesitados de Cristo: unión fundamental.
3. La unión pneumática con Cristo se obtiene por el hecho de que el Espíritu Santo, dado en el bautismo, imprime y comunica la semejanza con Cristo.
4. De esta unión pneumática con Cristo se deriva la unión con él en la acción. Esta unión es considerada por los Padres, bien bajo el punto de vista “intencional”, en cuanto que el justo conoce y ama a Cristo, bien bajo el aspecto de la identidad entre la acción de Cristo y la del justificado, en cuanto que este último, al obrar bajo la influencia del espíritu de Cristo, prolonga y hace presente la acción de Cristo en la tierra.
5. Finalmente, los Padres insisten de una manera muy realista en la unión que establece entre Cristo y los cristianos en virtud de la eucaristía, unión que ellos no restringen solamente a la presencia de las especies eucarísticas en el hombre.” (p. 333)


FICHA 8
“Los hombres quedan justificados al renacer en Cristo. La justificación se describe como “el paso del estado en que el hombre nace hijo del primer Adán al estado de gracia y de adopción de hijos de Dios por el segundo Adán, Jesucristo salvador nuestro.” El comienzo de la justificación viene “de la gracia proveniente de Dios por medio de Jesucristo Jesús”. Los pecadores, mientras se disponen a la justificación, tienen que confiar en “que Dios ha de serles propicio por causa de Cristo”. La causa final de la justificación, además de la gloria de Dios, es también “la gloria de Cristo”; la “causa meritoria” es Jesucristo, que “nos mereció la justificación por su pasión santísima en el leño de la cruz, y satisfizo por nosotros a Dios Padre. La razón de que la fe no baste para la justificación es que la fe, si no se le añade la esperanza y la caridad, no une perfectamente con Cristo, ni hace miembro vivo de su cuerpo”. Los justificados tienen que observar los mandamientos divinos: “porque los que son hijos de Dios aman a Cristo y los que le aman, como él mismo atestigua, guardan sus palabras”. El justificado no tiene que engañarse “pensando que por la sola fe ha sido constituido heredero y ha de conseguir la herencia, aun cuando no padezca juntamente con Cristo, para ser juntamente con él glorificado”. Los justos pueden hacer obras meritorias, como quiera que el mismo Cristo Jesús, como cabeza de los miembros y como vid sobre los sarmientos, constantemente influya su virtud sobre los justificados mismos, virtud que antecede siempre a sus buenas obras, las acompaña y sigue, y sin la cual en modo alguno pudieran ser gratas a dios ni meritorias””; por eso el justificado en tanto merece en cuanto es “miembro vivo de Cristo”.” (p. 335-336)


FICHA 9
“Por consiguiente, el paso del estado de pecado al estado de justicia (la justificación), no puede tener lugar si la voluntad misma no cambia su propia orientación habitual, lo cual requiere necesariamente un acto propio: no es posible concebir que un enemigo se convierta en amigo sin que él mismo no empiece a querer bien a aquel a quien antes odiaba. De aquí se sigue que el adulto que se encuentra en estado de pecado, cuando es justificado por obra de Dios, tiene que consentir necesariamente en su propia justificación, modificando la orientación habitual de su propia voluntad, por medio de un acto con que escoge a Dios como bien supremo y norma de sus acciones. Semejante acto resulta necesario, aunque prescindamos de la deformidad del pecado. Aun cuando un adulto pudiese vivir si haber hecho una opción fundamental por Dios o por sí mismo, sería imposible su justificación sin su consentimiento a la gracia. En dicho hombre hipotético la voluntad debería pasar de un estado neutral, o también de la inclinación puramente natural hacia Dios, a un amor filial al Padre celestial; pues bien, este paso puede tener lugar solamente si la voluntad misma se cambia por medio de un acto, sin que la infusión de una cualidad (de la gracia o de las virtudes) pueda suplir este acto.” (p. 495)


FICHA 10
“La opinión expuesta explica cómo la justificación no es solamente un don, recibido pasivamente, como si fuera extrínseco a la vida personal, como algo que el hombre tiene sin más, sino que es un don que modifica toda la existencia humana, ya que lleva consigo la aceptación de un nuevo papel para con Dios y, por tanto, para con todo el sistema de valores, gracias al cual el hombre es diferente.” (p. 497)


FICHA 10
“874 La fragilidad de nuestra justicia deriva de la imperfección que le es intrínseca, mientras permanecemos en la tierra en espera de que nuestra vida sobrenatural alcance su pleno desarrollo en la visión beatífica. Como ya vimos cuando tratamos de las disposiciones para la justificación, el hombre no se convierte en justo si no realiza una opción fundamental, con la que ame a dios con amor de caridad sobre todas las cosas. La gracia habitual que se le infundió en el instante de la justificación tiene la finalidad de hacer posible este acto, que es al propio tiempo la última disposición para la justificación y su primer fruto. Sin embargo, el acto de caridad, mientras permanecemos en esta vida, no absorbe toda la capacidad de la persona. Aun cuando la opción fundamental por Dios constituya un compromiso sincero y permanente por la gracia de Dios, sin embargo perduran todavía en el hombre otras tendencias, desechadas y debilitadas, pero no eliminadas del todo. De esa forma el hombre puede “distraerse de Dios, esto es, concentrar su atención en alguno de los aspectos parciales de su propia vida hasta llegar a un juicio de valor, según el cual la amistad con Dios, por el hecho de exigir una renuncia a algún bien creado, se le presenta en cierto modo como un mal. De este modo, sigue siendo posible una retractación de la opción fundamental que se ha hecho por Dios. Pero, cuando cesa la opción fundamental hecha por Dios, cesa por ello mismo nuestra justicia, no porque el acto humano tenga la posibilidad de destruir eficientemente la gracia creada, sino porque se ha perdido la capacidad de poseer dicha gracia, poniendo un obstáculo a la acción con que Dios comunica su propia vida a los que lo aman. Este es precisamente el fundamento intrínseco de la doctrina que nos han enseñado las fuentes, se3gún la cual los justos, mientras permanecen en esta vida terrena, pueden perder la justicia que recibieron de Dios.” (p. 563-564)


FICHA 11
“Al romperse con la inserción en Cristo nuestra solidaridad con el mundo, cuya figura pasa, los cristianos nos hemos convertido en primicias del mundo venidero. Esto no significa solamente que el cristiano no tiene que conformarse con la manera de pensar y de vivir de este mundo, colocado bajo la señal del pecado, sino que tiene que portarse como forastero y peregrino “aquí abajo”. La situación del cristiano en el mundo está determinada por la presencia en él de un nuevo principio de vida, por el que la tendencia a la prosperidad terrena ya no es la tenencia dominante: por eso el cristiano está muerto al pecado. El ciudadano del mundo es el hombre viejo, el hombre viejo y carnal; pero, dado que el cristiano, gracias al espíritu que en el habita, ha crucificado al hombre viejo con sus pasiones y deseos, está actualmente crucificado para el mundo y el mundo está crucificado para él, o, lo que es lo mismo, entre el mundo y el cristiano ha habido una escisión; cada uno de ello es insensible al principio vital del otro, está muerto para el otro, está muerto para el otro, y la orientación de uno resulta insensata para el orto. En este sentido se ha dicho que Cristo no ha traído la paz a la tierra sin que más bien una espada que divide al hombre de sus seres más queridos.
Según la enseñanza de la Escritura, por consiguiente, el cristiano a pesar de estar unido a toda la Humanidad por el vínculo de la caridad, no es si n embargo solidario incondicionalmente a ella y de las diversas comunidades. La verdad es que en el mundo está presente el pecado, a causa del cual la vida comunitaria sufre con frecuencia desviaciones contrarias a su debida ordenación. El cristiano no puede ser solidario del mundo, ya que el mundo rechaza la vocación divina y está señalado por el pecado. El hombre en Cristo está penetrado por la misericordia de Dios para con los pecadores, pero no puede menos de condenar sus pecados. Por esta misma razón, las tendencias que predominan en el mundo concreto no son sin más para el cristiano criterios de verdad y de valor. Efectivamente, en el mundo obra no solamente el Espíritu de Dios, sino también el misterio de la iniquidad. Por eso, el cristiano tiene que examinarlo todo de vez en cuando, para conservar únicamente lo que es bueno:
Procura discernir en los acontecimientos, exigencias y deseos de los cuales participa juntamente con sus contemporáneos, los signos verdaderos de la presencia o de los planes de Dios.
De esta forma, no correrá el riesgo de apagar el Espíritu ni dejarse engañar por discursos seductores inspirados en tradiciones humanas y no en Cristo.” (p. 579-580)


FICHA 12
“Pues bien, al analizar la “imagen objetiva” de las relaciones entre Dios y la realidad creada, podemos vislumbrar cuáles son las exigencias del Espíritu respecto a la nueva realidad en que está inmerso el hombre en Cristo. Podemos poner de relieve la relación intrínseca entre la vida en Cristo y la colaboración por el progreso técnico y cultural del mundo, partiendo de tres puntos de vista:
a) el amor al prójimo,
b) la adhesión a Dios creador,
c) la misión de construir nuestra propia existencia como imagen de Dios.”
(p. 585)

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