viernes, 25 de junio de 2010

CARTA APOSTOLICA MULIERIBUS DIGNITATEM SU SANTIDAD JUAN PABLO II 1988

FICHA 1
“De esta manera “la plenitud de los tiempos” manifiesta la dignidad extraordinaria de la “mujer”. Esta dignidad consiste, por una parte, en la elevación sobrenatural a la unión con Dios en Jesucristo, que determina la finalidad tan profunda de la existencia de cada hombre tanto sobre la Tierra como en la Eternidad. Desde este punto de vista, la “mujer” es la representante y arquetipo de todo el género humano, es decir, representa aquella humanidad que es propia de todos los seres humanos, ya sean hombres o mujeres (p. 13)


FICHA 2
“Cristo es siempre consciente de ser “siervo del Señor”, según la profecía de Isaías, en la cual se encierra el contenido esencial de su misión mesiánica: la conciencia de ser el Redentor del mundo. María, desde el primer momento de su maternidad divina, de su unión con el Hijo de que el Padre ha enviado al mundo, para que el mundo se salve por El”, se inserta en el servicio mesiánico de Cristo. Precisamente este servicio constituye el fundamento mismo de aquel Reino, en el cual ”servir” quiere decir “reinar”. Cristo, “siervo del Señor”, manifestará a todos los hombres la dignidad real del servicio, con lo cual se relaciona directamente la vocación de cada hombre”. (p. 16-17)


FICHA 3
“La “mujer” del Protoevangelio está situada en la perspectiva de la redención. La confrontación Eva-María puede entenderse también el sentido de que María asume y abraza en sí misma este misterio de la mujer, cuyo comienzo es Eva, la “madre” de todos los vivientes. En primer lugar lo asume y lo abraza en el interior del misterio de Cristo, “nuevo y último Adán”, el cual ha asumido en la propia persona la naturaleza del primer Adán. En efecto, la esencia del nueva Alianza consiste en el hecho de que el Hijo de Dios, consubstancial al Eterno Padre, se hace hombre y asume la Humanidad en la unidad de la Persona divina del Verbo. El que obra la Redención es al mismo tiempo verdadero hombre. El misterio de la Redención del mundo presupone que Dios-Hijo ha asumido ya la Humanidad como herencia de Adán, llegando a ser semejante a él y a cada hombre en todo, “excepto en el pecado”. De este modo El “manifiesta plenamente al hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación”, como enseña el Concilio Vaticano II (GS); en cierto sentido le ha ayudado a descubrir “qué es el hombre”.” (p. 46))


FICHA 4
“Cristo hacía todo lo posible para que, en el ámbito de las costumbres y relaciones sociales del tiempo, las mujeres encontrasen en su enseñanza y en su actuación la propia subjetividad y dignidad. Basándose en la eterna “unidad de los dos”, esta dignidad depende directamente de la misma mujer, como sujeto responsable, y al mismo tiempo es “dada como tarea” al hombre. De modo coherente, Cristo apela a la responsabilidad del hombre. En esta meditación sobre la dignidad y la vocación de la mujer, hoy es necesario tomar como punto de referencia el planteamiento que encontramos en el Evangelio. La dignidad de la mujer y su vocación-como también la del hombre- encuentra su eterna fuente en el corazón de Dios y, teniendo en cuenta las condiciones temporales de la existencia humana, se relacionan íntimamente con la “unidad de los dos”. Por tanto, cada hombre ha de mirar dentro de sí y ver si aquella que le ha sido confiada como hermana en la humanidad común, como esposa, no se ha convertido en objeto de adulterio en su corazón; ha de ver si la que, por razones diversas, es el co-sujeto de su existencia en el mundo, no se ha convertido para él en un “objeto”, objeto de placer, de explotación.” (p. 59)


FICHA 5
“El modo de actuar de Cristo, el Evangelio de sus obras y de sus palabras, es un coherente reproche a cuanto ofende la dignidad de la mujer. Por esto, las mujeres que se encuentran junto a Cristo se descubren a sí mismas en la verdad que El enseña y que El “realiza”, incluso cuando ésta es la verdad sobre su propia pecaminosidad”. Por medio de esta verdad ellas se sienten “liberadas”, reintegradas a su propio ser, se sienten amadas por un “amor eterno”, por un amor que encuentra la expresión más directa en el mismo Cristo. Estando bajo el radio de acción de Cristo su posición social se transforma; sienten que Jesús les habla de cuestiones de las que en aquellos tiempos no se acostumbraba discutir con una mujer.” (p. 60)



FICHA 6
“Se debe hablar de una esencial “igualdad”, pues al haber sido los dos –tanto la mujer como el hombre- creados a imagen y semejanza de Dios, ambos son, en la misma medida, susceptibles de la dádiva de la verdad divina y del amor en el Espíritu Santo. Los dos experimentan igualmente sus “visitas” salvíficas y santificantes.
El hecho de ser hombre o mujer no comporta aquí ninguna limitación, así como no limita absolutamente la acción salvífica y santificante del Espíritu en el hombre el hecho de ser judío o riego, esclavo o libre, según las conocidas palabras del Apóstol: ”porque sois todos uno en Cristo Jesús”. Esta unidad no anula la diversidad. El Espíritu Santo, que realiza esta unidad en el orden sobrenatural de la gracia santificante, contribuye en igual medida al hecho de que profeticen “vuestros hijos” al igual que “vuestras hijas”. “Profetizar significa expresar con la palabra y con la vida “las maravilla de Dios”, conservando la verdad y la originalidad de cada persona, sea mujer ú hombre. La “igualdad” evangélica, la “igualdad” de la mujer y del hombre en relación con “las maravillas de Dios”, tal como se manifiesta de modo tan límpido en las obras ye n las palabras de Jesús de Nazaret, constituye la base evidente de la dignidad y vocación de la mujer en la Iglesia y en el mundo. Toda vocación tiene un sentido profundamente personal y profético, Entendida así la vocación, lo que es personalmente femenino adquiere una medida nueva: la medida de las “maravillas de Dios, de las que la mujer es sujeto vivo y testigo insustituible.” (p. 65-66)


FICHA 7
“En la maternidad de la mujer, unida a la paternidad del hombre, se refleja el eterno misterio del engendrar que existe en Dios mismo, Uno y Trino. El humano engendrar es común al hombre y a la mujer. Y si la mujer, guiada por el amor hacia su marido, dice “te he dado un hijo”, sus palabras significan al mismo tiempo “este es nuestro hijo”. Sin embargo, aunque los dos sean padres de su niño, la maternidad de la mujer constituye una “parte” especial de este ser padres en común, así como la parte más cualificada. Aunque el hecho de ser padres pertenece a los dos, es una realidad más profunda en la mujer, especialmente en el período prenatal. La mujer es “la que paga” directamente por este común engendrar, que absorbe literalmente las energías de su cuerpo y de su alma. Por consiguiente es necesario que el hombre sea plenamente consciente de que en este ser padres en común él contrae una deuda especial con la mujer. Ningún programa de “igualdad de derechos” del hombre y la mujer es válido si no se tiene en cuenta esto de un modo totalmente esencial.”
(p. 71-72)
FICHA 8
“El paradigma bíblico de la mujer culmina en la maternidad de la Madre de Dios. Las palabras del protoevangelio: “pondré enemistad entre tú y la mujer”, encuentran aquí una nueva confirmación. He aquí que Dios inicia en ella, con su “fiat” materno (“hágase en mí”). Una nueva Alianza eterna y definitiva en Cristo, en su cuerpo y sangre, en su cruz y resurrección. Precisamente porque esta Alianza debe cumplirse “en la carne y en la sangre” su comienzo se encuentra en la Madre. El Hijo del Altísimo solamente gracias a ella, gracias a su fiat virginal y materno, puede decir al Padre: “me has formado un cuerpo. He aquí que vengo, Padre, para hacer Tu voluntad”.” P. 74)


FICHA 9
“En el vasto trasfondo del “gran misterio”, que expresa en la relación esponsal entre Cristo y la Iglesia, es posible también comprender de modo adecuado el hecho de la llamada de los “Doce”. Cristo, llamando como apóstoles suyos a hombres, lo hizo de un modo totalmente libre y soberano. Y lo hizo con la misma libertad con que en todo su comportamiento puso en evidencia la dignidad y la vocación de la mujer, sin amoldarse al uso dominante y a la tradición avalada por la legislación de su tiempo. Por lo tanto, la hipótesis de que haya llamado como apóstoles a unos hombres, siguiendo la mentalidad difundida en su tiempo, no refleja completamente el modo de obrar de Cristo. “Maestro, sabemos que eres veraz y que enseñas el camino de Dios con franqueza..., porque no miras la condición de las personas”. Estas palabras caracterizan plenamente el comportamiento de Jesús de Nazaret; es esto se encuentra también una explicación a la llamada de los “Doce”. Todos ellos estaban con Cristo durante la Ultima Cena, y sólo ellos recibieron el mandato sacramental: “Haced esto en memoria mía”, que está unido a la institución de la Eucaristía. Ellos, la tarde del día de la Resurrección, recibieron el Espíritu Santo para perdonar los pecados: “ A quienes perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les queden retenidos” p. 98-99)


FICHA 10
”Nos encontramos en el centro mismo del misterio pascual, que revela hasta el fondo el amor esponsal de Dios. Cristo es el esposo, porque “se ha entregado a sí mismo”: su cuerpo ha sido “dado”, su sangre ha sido “derramada”. De este modo “amó” hasta el extremo. El “don sincero”, contenido en el sacrificio de la Cruz, hace resaltar de manera definitiva el sentido esponsal del amor de Dios. Cristo es el esposo de la Iglesia, como Redentor del mundo. La Eucaristía es el sacramento de nuestra Redención. Es el sacramento del Esposo, de la Esposa. La Eucaristía hace presente y realiza de nuevo, de modo sacramental, el acto redentor de Cristo, que “crea” la Iglesia, su Cuerpo. Cristo está unido a este “Cuerpo”, como el esposo a la esposa. Todo esto está contenido en la Carta a los Efesios. En este “gran misterio” de Cristo y de la Iglesia se introduce la perenne “unidad de los dos”, constituida desde el “principio” entre el hombre y la Mujer”.
Si Cristo, al instituir la Eucaristía, la ha unido de una manera tan explícita al servicio sacerdotal de los apóstoles, es lícito pensar que de este modo deseaba expresar la re4lación entre el hombre y la mujer, entre lo que es “femenino” y lo que es “masculino”, querida por Dios, tanto en el misterio de la Creación como en el de la Redención. Ante todo en la Eucaristía se expresa de modo sacramental el acto redentor de Cristo esposo en relación con la Iglesia esposa. Esto se hace transparente y unívoco cuando el servicio sacramental de la Eucaristía –en el que el sacerdote actúa “in persona Crhisti”- es realizado por el hombre. Esta es una explicación que confirma la enseñanza de la Declaración Inter insigniores, publicada por disposición de Pablo VI, para responder a la interpelación sobre la cuestión de la admisión de las mujeres al sacerdocio ministerial.” (p. 99-100)

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