viernes, 25 de junio de 2010

GAUDIUM ET SPES Sobre la Iglesia en el mundo moderno S.S. Pablo VI, 1965.

FICHA 1
“Por tanto, es preciso que todo lo que el hombre necesite para llevar una vida dignamente humana se le haga accesible, como son: el alimento, el vestido, la habitación, el derecho de fundar una familia, el derecho a la educación, al trabajo, a la buena fama, al respeto, a una debida información; derecho a obrar según la recta norma de su conciencia, derecho a la protección de su vida privada y una justa libertad incluso en el campo religioso.
Así, pues, el orden social y sus progresos deben siempre derivar hacia el bien de las personas, ya que la ordenación de las cosas está sometida al orden de las personas y no al revés, como lo dió a entender el Señor al decir que el sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado. Ese orden se ha desarrollado de día en día, se ha de fundamentar en la verdad, construir en la justicia y vivificar con el amor; y deberá encontrar en la libertad su equilibrio cada vez más humano. Mas para que se llegue a esas conquistas se ha de renovar antes las mentes, y se ha de introducir profundas modificaciones en la sociedad.” (p. 143)


FICHA 2
“Sobre todo en nuestros días es urgente la obligación de sentirse absolutamente prójimo de cualquier otro hombre y, por consiguiente, servirle activamente cuando nos sale al encuentro, lo mismo si se trata de un anciano abandonado por todos o de un obrero extranjero despreciado sin razón alguna, o de un exiliado o de un niño nacido de unión ilegítima, víctima injusta de un pecado no cometido por él, o de un hambriento que habla a nuestra conciencia recordándonos la voz de Dios: cuanto hiciéreis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hacéis.
Por consiguiente, todos los delitos que atenten contra la vida, como son los homicidios de cualquier género, el genocidio, el aborto, la eutanasia o el suicidio voluntario, todo lo que viola la integridad de la persona humana, como la mutilación, las torturas corporales o mentales, incluso los intentos de coacción espiritual; todo lo que ofende la dignidad humana, como ciertas condiciones arbitrarias, la deportación, la esclavitud, la prostitución, la trata de blancas y la corrupción de menores, incluso ciertas condiciones ignominiosas de trabajo, en las que el obrero es tratado como un mero instrumento de ganancia y no como una persona libre y responsable, todas estas y otras prácticas análogas son en sí mismas infamantes, y mientras degradan a la civilización humana en realidad rebajan más aún a los que así se comportan que a los que sufren la injusticia, y son totalmente contrarias al honor debido al Creador...
Ciertamente la caballerosidad y caridad no nos deben hacer, de ninguna manera, indiferentes a la verdad y el bien. Al contrario, la misma caridad impulsa a los discípulos de Cristo a anunciar a todos los hombres la verdad saludable. Pero conviene distinguir entre el error, que siempre se ha de rechazar, y el hombre equivocado, que conserva siempre su dignidad de persona, incluso cuando está contaminado de nociones religiosas falsas o menos exactas. Sólo Dios es juez y examinador de los corazones, de donde procede que no nos toca a nosotros juzgar de la culpabilidad interna de nadie.
La doctrina de Cristo pide incluso que perdonemos las injurias, y extiende el precepto del amor a todos los enemigos, según el mandamiento de la nueva ley: oísteis lo que se dijo, amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo; yo más bien os digo amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odian y rogad por quienes os persiguen y calumnian.
29. Puesto que todos los hombres, dotados de alma racional y creados a imagen de Dios, tienen una misma naturaleza y un mismo origen, y redimidos por Cristo gozan de una misma vocación y destino divino, se ha de reconocer cada vez más la fundamental igualdad entre todos los hombres.
Ciertamente todos los hombres pueden considerarse iguales en capacidad física, penetración intelectual y sensibilidad moral; sin embargo, toda clase de discriminación en los derechos fundamentales de la persona, sea discriminación social o cultural, de sexo, raza, color, condición social, lengua o religión. Se han de alejar o superar, como contrarios a los divinos designios...
Más aún, aunque entre los hombres existen razonables formas de diversidad, la igual dignidad de las personas pide que se vaya llegando a un nivel de vida más humano y equitativo. Las excesivas diferencias económicas y sociales entre miembros y pueblos de una misma familia humana escandalizan y se oponen a la justicia social, a la equidad, a la dignidad de la persona humana, no menos que a la paz social e internacional.
Las instituciones humanas, públicas y privadas, esfuércense por servir de ayuda a la dignidad y al fin del hombre, luchando contra cualquier forma de esclavitud social o política, y procurando conservar los derechos fundamentales del hombre bajo cualquier régimen político. Más aún, es conveniente que estas instituciones se pongan, poco a poco, al nivel de los intereses espirituales, que son los más altos de todos, aunque para alcanzar este deseado fin se haga preciso un largo período de tiempo.
30. La profunda y rápida transformación del mundo moderno pide urgentemente que no haya ni uno sólo que, despreocupado de la marcha de los tiempos o indolente en su inercia, se entregue a una ética meramente individualista...
La aceptación de las relaciones sociales y su observancia deben ser consideradas como uno de los deberes primordiales del hombre contemporáneo, pues cuanto más se une el mundo más abiertamente los deberes del hombre rebasan los límites de grupos particulares, y poco a poco se extienden al mundo universo. Lo cual no puede llegar a ser realidad a no ser que el individuo como tal, y los grupos, cultiven en sí mismos las virtudes morales y sociales y las difundan por la sociedad de modo que se produzcan hombres verdaderamente nuevos, artífices de una nueva humanidad, con la necesaria ayuda de la gracia de Dios.
31. Para que los individuos cumplan más fielmente con su deber de conciencia, tanto respecto a su propia persona como respecto a los varios grupos deque son miembros, hay que procurarles con todo empeño un más amplio desarrollo cultural, valiéndose para ello de los considerables medios de que el género humano dispone hoy en día. La educación de los jóvenes concretamente, sea cual fuere su origen social, debe ser orientada de modo que forme hombres y mujeres que no sólo sean persona cultas sino de fuerte personalidad, como nuestro tiempo exige cada vez más...
De allí que se deba estimular a todos a que tomen su papel en las empresas comunes. Es de alabar el proceder de aquellas naciones que, en un clima de verdadera libertad, favorecen la participación del mayor número posible de ciudadanos en los asuntos públicos. Sin embargo, se ha de tener en cuenta las condiciones concretas de cada pueblo y la necesaria firmeza del poder público. Pero, para que la totalidad de los ciudadanos se sienta inclinada a participar en la vida de los diferentes grupos que integran el cuerpo social, deben descubrir en ellos valores que los atraigan y los dispongan al servicio de los demás. Se puede legítimamente pensar que el porvenir pertenece a los que saben dar a las generaciones venideras razones para vivir y para esperar...
Esta índole comunitaria del divino designio se perfecciona y consuma por obra de Jesucristo, pues el mismo Verbo Encarnado quiso hacerse partícipe de esta humana solidaridad. Tomó parte en las bodas de Caná, se invitó a casa de Zaqueo, comió con publicanos y pecadores. Reveló el amor del padre y la excelsa vocación del hombre, echando mano de las realidades más comunes de la vida social y sirviéndose del lenguaje y de las imágenes de la vida corriente. Santificó las relaciones humanas, sobre todo las relaciones familiares de las que brotan las relaciones sociales, siendo voluntariamente un súbdito más de las leyes de su patria. Llevó una existencia idéntica a la de cualquier obrero de su tiempo y de su región.
En su predicación encargó claramente a los hijos de Dios que se comportasen entre sí como hermanos. En su oración rogó que todos sus discípulos fuese “una misma cosa”. Más aún, El mismo, su Redentor, se inmoló por todos hasta la muerte: nadie tiene mayor amor que el que ofrece su vida por sus amigos. Y a sus apóstoles les mandó predicar a todas las gentes el mensaje evangélico para que el género humano se convirtiera en familia de Dios en la que la plenitud de la ley fuera el amor.
Primogénito entre muchos hermanos, constituye, por el don de Su Espíritu, una nueva comunidad fraternal, que se realiza entre todos los que, después de su muerte y resurrección, le aceptan a El por la fe y por la caridad. En este cuerpo suyo, que es la Iglesia, todos, miembros los unos de los otros, deben ayudarse mutuamente, según la variedad de dones que se les haya conferido.”

FICHA 3
“Por eso los cristianos. Lejos de pensar que las obras que el hombre logra realizar con su talento y su capacidad se oponen al Creador y que la creatura racional es como émulo de Dios Creador, cultiven más bien la persuasión de que las victorias del género humano son un signo de las grandezas de Dios y un fruto de su inefable consejo. Por eso, cuanto más crece el poder del hombre, más se extiende su propia responsabilidad, singular o colectiva; de donde se puede deducir que el mensaje cristiano no aparta al hombre de la construcción del mundo, ni lo impulsa a descuidar el interés por sus semejantes; más bien lo obliga as sentir esta colaboración como un verdadero deber.
35. La actividad humana, así como procede del hombre, así también se ordena al hombre, pues este obrar no sólo cambia las cosas y la sociedad sino que se perfecciona sí mismo. Aprende mucho, cultiva sus facultades, avanza fuera de sí y sobre sí. Un desarrollo de este género, si bien se entiende, es de más alto valor que las riquezas exteriores que de ahí pueden recogerse. Más vale el hombre por lo que es que por lo que tiene. De igual manera, todo lo que el hombre hace para conseguir una mayor justicia, una mayor fraternidad, un orden más humano en sus relaciones sociales vale más que el progreso técnico. Porque los progresos pueden ciertamente dar materiales para la promoción humana, pero no son capaces de hacer por sí solos que esa promoción se convierta en realidad.
Por tanto, esta es la norma de la actividad humana: que según el designio y voluntad divina responda al auténtico bien del género humano y constituya para el hombre, sea como individuo, sea como miembro de la sociedad, cultivar y realizar plenamente su vocación.” (p. 143-149)

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